Tradicionalmente, el primer paso para producir tinte de estos líquenes consiste en cosechar sus talos directamente de las rocas donde crecen y preparar una pasta tintórea, la orchilla u «orchilla de Mogador». El historiador, botánico y poeta canario José de Viera y Clavijo (1731–1813) da una descripción pormenorizada del procedimiento utilizado en Canarias, comenzando con los líquenes ya cosechados:
Redúcese esta preciosa yerba a pasta, moliéndola, cirniéndola y colocándola en un vasijo de vidrio donde se humedece con orina ya corrompida, a la que se añade un poco de cal apagada. Revuélvese cada dos horas y se tiene cuidado de cubrir siempre la vasija con alguna tapa. Esta operación de humedecerla, ponerle cal y revolverla se practica durante tres días consecutivos, al cabo de los cuales ya empieza a tomar la pasta algún colorcito purpúreo, hasta que a los ocho se pone de un rojo violado, que se va avivando por grados y sirve para tintes... El color natural que comunica la orchilla es de flor de lino, tirando a violada; pero si se tiñe antes la misma estofa de un azul más o menos claro sacará un color como de flor de romero, de pensamiento o de amaranto. Preparada la estofa con zumo de limón, recibe de la orchilla un hermoso color azul.
La explotación de los líquenes de las islas Canarias y el comercio de los tintes que producían constituyó una provechosa actividad, que estuvo a cargo de España y duró unos 450 años, desde mediados del siglo XV hasta principios del siglo XX, aunque ya había declinado durante el siglo XIX debido a la recolección abusiva de la orchilla y a la competencia de los colorantes sintéticos industriales
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