martes, 30 de septiembre de 2014

CAUPOLICAN " EL GUERRERO INDOMABLE "


CAUPOLICAN
EL GUERRERO INDOMABLE
 

 
 «Yo soy Caupolicán, que el hado mío
por tierra derrocó mi fundamento,

y quien del araucano señorío
tiene el mando absoluto y regimiento»
        Canto XXXIV, La Araucana
 
 
Queupolicán o Cupolicán (literalmente pedernal pulido), nació en Pilmaiquén y en su juventud se trasformó en un jefe guerrero del pueblo mapuche que luchó incansablemente por la libertad de su territorio.
 
 Luchó desde su juventud contra los conquistadores españoles por la libertad de su territorio. Fue elegido toqui (jefe militar) de los mapuches, siendo sucesor de Lautaro, aunque [Alonso de Ercilla] destaca su elección antes, siendo el candidato secreto de Colo Colo para la conducción de la guerra. Al parecer era miembro de una familia muy respetada en la sociedad mapuche, pues él y sus hermanos estaban siempre en el núcleo de jefes que planificaba los movimientos de guerra.




 Después de la muerte de Lautaro los araucanos quedaron sin un jefe digno que los guiara, eso se vio claramente en el Combate del Fuerte de San Luis que no pudo ser tomado, y en el de Lagunillas, el 5 de septiembre de 1557. En esta, una crecida fuerza de 12 000 mapuches al mando de varios toquis- entre ellos el cacique Lincoyán y Galvarino- que atacaron a una poderosa fuerza realista al mando de Don García Hurtado de Mendoza. Al pasar el río Bío-Bío, proveniente de Concepción, García traía una fuerza de 600 soldados bien armados y unos 1 500 yanaconasque fueron arremetidos por esta fuerza mapuche en unos cenagales, llamados Lagunillas.

 Caupolicán, mostrando gran serenidad, miró soberbiamente a la multitud de españoles que lo contemplaban y dijo:
«Pues el hado y suerte mía me tienen esta suerte aparejada, vean que yo la pido, yo la quiero, que ningún mal hay grande y es postrero».
Dicho esto, alzó el pie derecho aun con las amarras puestas y dio una gran patada al verdugo, que rodó de la tarima; hecho esto, él mismo se sentó en la pica y, sin dar ninguna muestra de dolor, murió por perforación intestinal. Galvarino también había sido capturado y ahorcado. Luego de estos atroces episodios, y debido al prestigio familiar, Caupolicán el Joven, su hijo mayor, fue elegido líder militar, actuando en la batalla de Quiapo (noviembre de 1558).
 
Caupolican - Caupolicán fue un famoso caudillo mapuche. Lo que se sabe de cierto es que fue cacique o señor principal de Pilmaiquén. La leyenda cuenta que, mientras el gobernador organizaba la colonia, se reunían los caciques araucanos convocados por el viejo Colo-Colo para la elección de un toqui que debía dirigir la guerra contra los extranjeros invasores, pero como todos se disputaban el mando y no hubo manera de ponerse de acuerdo, se trajo a la reunión un pesado tronco de árbol, conviniéndose en que aquel que lo sostuviera más tiempo sobre sus hombros sería elegido toqui. Paicaví fue el primero en probar fuerzas; lo sostuvo seis horas. Elicura resistió nueve. Purén, medio día. Ongolmo, más de medio día. Tucapel, catorce horas. Lincoyán alcanzó veinte horas. Cuando todos creían victorioso a Lincoyán, se presentó Caupolicán, quien anduvo un día y una noche con el pesado tronco a cuestas. Colo-Colo anunció entonces: ¡Con esfuerzo prodigioso, Caupolicán ha vencido! En una de sus batallas se enfrentó con García Hurtado de Mendoza, en Millarapue, el 30 de noviembre de 1557. Se cuenta que, antes de entrar en combate, envió a decirle al español que él había dado muerte a Valdivia, y que, de la misma manera, acabaría con él y lo desafió a un combate personal. La traición de un yanacona, que Góngora Marmolejo llama Andresico, lo entregó a los soldados de Alonso de Reinoso, en Tucapel, el 5 de febrero de 1558. Una de las columnas de la expedición de Reinoso, que iba a cargo de Pedro de Avendaño y Velasco, capturó a Caupolicán durante una borrachera. El toqui mapuche ofreció a los españoles, a cambio de su libertad, pactar con ellos y devolver varias prendas de Valdivia que estaban en su poder. Después de muchos intentos de engaño, Reinoso se convenció de que los ofrecimientos de Caupolicán eran una farsa y lo hizo empalar en una estaca aguzada que le atravesó las entrañas. Parece ser que desde el primer momento en que cayó prisionero quedó decidida la suerte del caudillo. Debía morir en un aparatoso y cruel suplicio para escarmiento de los indios rebeldes. El jefe araucano mantuvo en estas circunstancias, según la narración de Alonso de Ercilla, la mayor entereza. En esos momentos sin desdoro de su dignidad, pide que se le perdone la vida, sabiendo que esto era imposible y que debía morir sin remedio. Pese a esto, conservó su serenidad y luego afrontó, tranquila e inalterablemente su suplicio, mientras "un cuerpo de indios auxiliares lanzaba sus saetas sobre el caudillo moribundo"(Barros Arana). Los españoles creían que esta ferocidad iba a aplacar la rebeldía de los indios e iba a decidir la pacificación de la región, lo que resultó ser una vana esperanza. Caupolicán se convirtió, para la posteridad, en el heroico defensor de la libertad de su tierra. - Fotolog
"Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
                                               Ruben Darío



"El Empalado"


"Pero Caupolicán llegó al tormento".
Ensartado en la lanza del suplicio,
entró en la muerte lenta de los árboles.
Arauco replegó su ataque verde,
sintió en las sombras el escalofrío,
clavó en la tierra la cabeza,
se agazapó con sus dolores.
El Toqui dormía en la muerte.
Un ruido de hierro llegaba
del campamento, una corona
de carcajadas extranjeras,
y hacia los bosques enlutados
sólo la noche palpitaba.
No era el dolor, la mordedura
del volcán abierto en las vísceras,
era sólo un sueño del bosque,
el árbol que se desangraba.
En las entrañas de mi patria
entraba la punta asesina
hiriendo las tierras sagradas.
La sangre quemante caía
de silencio en silencio, abajo,
hacia donde está la semilla
esperando la primavera.
Más hondo caía esta sangre.
Hacia las raíces caía.
Hacia los muertos caía.
Hacia los que iban a nacer.
                        Neruda


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