sábado, 1 de marzo de 2014

“Cuando el amor no es locura, no es amor”

 
 
Los indios quechuas abandonaron los frondosos árboles de la selva en busca de pieles de foca para alfombrar el suelo de sus bien ensambladas cabañas. Los ancianos les hablaron de lejanas praderas de hielo.Cuando el amor no es locura, no es amor”. (Calderón de la Barca)amonestó el hechicero lanzando tabas en el círculo mágico delimitado por guijarros.

Avanzaban sin despegar su tórax del suelo curtido por el sol que nace en la tierra de los dioses, ni su vientre, endurecido por la aspereza del ramaje que invadía ancestrales caminos de caza, lacerando sus carnes con mordiscos del frío. En ocasiones levantaban la cabeza para olfatear con su reconocida experiencia peligros de otros indios o animales que no desperdiciarían el sabor de su carne.
 
En el río encontraron un vado cerca de donde se desempeñaba el agua por altas cascadas encajonadas en elevadas paredes rocosas en las que crecían arbustos verdes. Danzaron sobre los guijarros dejando caer sobre su pelo el agua cristalina.
Siguieron las huellas observadas en la nieve. Las pisadas que llevaban la dirección de la corriente y el olor salino les marcaron el camino a seguir.
Una pareja de esquimales vestidos con piel zorro azul se encontraban en viaje de novios.
En la lumbre de una hoguera asaban un enorme pez que habían conseguido desde el acantilado contemplando el mortecino cielo azul apenas surcado por una tenue nube blanca que les recordó los montículos helados de su entrañable llanura polar. “No se ama a una mujer porque sea bella. Es bella porque se la ama”, murmuraron los recién llegados mientras desprendían el hielo que se había adherido a los mangos de sus hachas de guerra.
Tras pronunciar tan largo saludo lamentaron, en su fuero interno, haber perdido la pipa de la paz.Toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”, contestó avergonzada la novia que veía peligrar el feliz reposo nocturno con su cariñoso marido. “El amor es un acto de perdón interminable... una mirada tierna que se convierte en hábito” (Peter Ustinov) agregó el entristecido novio contemplando en el horizonte la luz que se reflejaba en un ancho mar poblado de innumerables iceberg.
Las focas adormitadas contemplaban a los quechuas aturdidas por tan larga conversación.
 
Los esquimales, no habiendo llegado a un acuerdo con los quechuas, subieron a su rico trineo arrastrado por fieles y laboriosos perros y se dirigieron cargados con su precioso ajuar de boda a su iglú que aún estaría recibiendo el sol de medianoche cantando exultantes: El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan... demasiado rápido para aquellos que temen... demasiado largo para aquellos que sufren... demasiado corto para aquellos que celebran... pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno.”(Henry Van Dyke)
Afortunadamente las focas no se dejaron engañar por tan sutil maniobra. “Alumbra el sol de una nueva era”, pensaron angustiadas haciendo graciosas piruetas para zambullirse en las heladas aguas buscando los gigantescos témpanos flotantes a los que se apresuraron a subir alejándose, rumbo sur, de tan grave peligro.
El pescador había asido por la larga y negra melena una sirena observando con interés la atractiva cara. De sus labios surgían melodiosas canciones mientras el pecho se elevaba cuando el esfuerzo de la voz lo requería. No se pasó desapercibida la plateada cola escamosa que seguía acompasadamente el ritmo de la sonata. Después de tan minucioso examen la devolvió a las aguas. La sirena se alejó entonando una tarantela.
 
Los quechuas anonadados ante la precipitación de los acontecimientos celebraron la danza ritual,... pensar que la mujer del prójimo es tentadora por el misterio y sus presumibles encantos, pero que cuando estos se desvelan, siempre suelen ser inferiores a los de la propia”, (Cruz Hermida) cantaban en el borde del despeñadero recibiendo en sus vigorosos cuerpos la vivificante espuma de los golpes de mar que les iban a proporcionar la sabiduría y el valor necesarios para salir de tan penoso trance.
Tuvieron que esperar a que amainara el temporal que no fue si no la lucha de las tenaces olas contra la furia persistente de un viento desatado por la ira de dioses enemigos. Después recogieron enormes tibias y grandes peronés que se encontraban semienterrados y esparcidos por la incipiente hierba de la pradera ambiciosa de fundir la nieve que había soportado largos meses. Con tan largo material pretendían fabricar unas balsas que servirían para navegar siguiendo la ruta de las ballenas.


 
“Luz, más luz”,(Gohette) clamaron al anochecer en su inarticulado lenguaje dos osas con un salmón, aún coleando, entre sus fauces. Se sentían orgullosas de sus retoños, por eso llegó la gran interrogación. Los que prefieren la sensatez y huyen de la locura son incapaces de sentir el amor verdadero.”
La osa blanca de lomo con vetas grises leyó la angustia en los ojos de su interlocutora. El amor es un acto de perdón interminable... una mirada tierna que se convierte en hábito” (Peter Ustinov) contestó moviendo despectivamente la zarpa derecha.
 
Ajeno a tanta divinidad, subido en su palmera el cenceño etíope arrancó un coco recordando los jeroglíficos de los faraones. El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan... demasiado rápido para aquellos que temen... demasiado largo para aquellos que sufren... demasiado corto para aquellos que celebran”, susurró tirando el fruto a la rivera del gran río. La cebra, indignada, coceó al aire lamentando que no hubiese animal estepario u hombre nómada a su alcance. “El amor es como la guerra, es fácil empezar pero difícil terminar” sentenció con gravedad pero no lo dijo porque no estaba diseñada para hablar.
Contemplaba la escena una escultural mujer de piel endrina y cabello primorosamente ensortijado sujetando un cesto de dátiles en su bien medida cadera. Fue entonces cuando descubrió que no estaba sumida en tanta soledad. Más allá de las palmeras, casi flotando en las dunas se hallaba un viejo eremita de pardo sayal ennegrecido por el tiempo que en su solitaria eternidad reflexionaba sobre la miseria del ser humano. El amor es un juego en el que ambos jugadores pueden ganar” (Eva Gabor). Sus palabras resonaron atronadoras en la inmensidad del desierto. La sorprendida muchacha no se enteró de nada porque no conocía el latín. El amor es una condición en la que la felicidad de otra persona es condición imprescindible para su propia felicidad.”. Reflexionó consolando su ignorancia mientras se llevaba con la mano libre una manzana a los blancos dientes que ennoblecían su boca.
No lejos disputaban dos guerreros cubiertos con turbante de verde esmeralda el uno, con colbak de piel de oveja blanca el otro, sobre la posesión de un codiciado carnero que yacía en tierra desde que una certera flecha lo abatió haciendo huir al pastor del rebaño. La amistad es como el mar, se ve el principio pero no el final” (Doralis Castillo. Panamá), apostrofaba el de la túnica color carmesí atacando con fiereza lanza en ristre. El corazón no entiende de motivos ni razón” (Laura Trujillo), fue la fulminante contestación del de los borceguíes de cuero marrón golpeando con un inmisericorde mazazo las ancas del soberbio corcel que cayó a tierra arrastrando con el todo lo que llevaba de montura para arriba.
El Kurdo esbozó una cínica sonrisa inadvertida entre sus poblados bigotes y su abundante barba y recogiendo al carnero fustigó las grupas del alazán emprendiendo veloz galope.
 
La mítica ciudad estaba labrada en las laderas de una montaña de viejas rocas. La juventud bailaba en la explanada construida en la boca de la cueva. Sus delicados movimientos parecían extasiar al anciano. El más robusto de los danzarines reparó en él. Alzó su brazo para detener la danza. El patriarca, que en realidad se complacía en el espectáculo recordando su remota adolescencia, se asombró ante la suspensión de la fiesta. Más se maravilló al escuchar las palabras de la reina del festejo. Los que prefieren la sensatez y huyen de la locura son incapaces de sentir el amor verdadero.”. Su gallardo compañero agregó con alegría tomándola por la cintura, “Suene la flauta, ruede la danza”.
 
El anciano no se atrevió a contestar ante tanta insolencia. Solo murmuró jadeante,
Su melancolía le había proporcionado una mirada triste y fija en un objeto inexistente. Los danzarines habían interrumpido la profunda meditación con lujuriosa alegría. Se puso en pie repitiendo jubiloso: El amor es una condición en la que la felicidad de otra persona es condición imprescindible para su propia felicidad”.
Sus manos sarmentosas dejaron de temblar para posarse en la cintura de la joven que se adornaba con guirnaldas de amapolas rojas y margaritas blancas. Por alguna razón su respiración se hizo normal, aunque pasado algún tiempo volvió al jadeo con tal fuerza que hubo de regresar a su asiento de piedra.
Sin embargo, no todo era tragedia. Cobijados bajo un sauce llorón una pareja mantenía su particular conversación con la mirada. Ambos debían sufrir alguna miopía, por lo que se vieron obligados a acercarse lentamente para no levantar sospechas infundadas. Por fin sintieron en sus cálidos labios la dureza de sus magnificas dentaduras. Esto les produjo un vivo interés por las cosas de la naturaleza. Ella intrigada por las evoluciones de las aves se recostó sobre la fresca hierba para observar con comodidad el vuelo de los pájaros de mil colores que poblaban el jardín jugando al escondite entre las ramas de adelfas, abedules y castaños de indias. Él por su parte notó un imperioso deseo de estudiar las costumbres de las hormigas. Entablaron una conversación utilizando un raro lenguaje que no pronuncia palabras y en el que la transmisión de ideas se efectúa con suaves movimientos de mano. “Solo porque nos amamos sabemos decir tú” (Benavente), se leían en la mirada.

 
"Tronca el amor es una condición en la que la felicidad de otra persona es condición imprescindible para su propia felicidad”, suspiró con dulzura la joven que llevaba la noche árabe en los ojos, melena a lo afro, piel curtida por el sol y fuego en el corazón. Y se sumergió en el maravilloso mundo del teclado de su ordenador personal. “Vale”, murmuró con voz trémula la venerable anciana separando las manos, antaño su orgullo por la suavidad de su piel y ahora cubiertas por una rugosidad y aspereza que recordaba la piel de una naranja, de un candelabro al que sacaba brillo preguntándose que querría decir con lo de tronca. Meditó sobre ello colgando, sin quejarse del dolor que le salía de la junta de los huesos, unas cortinas. Desde el último peldaño de la escalera, con peligroso desprecio a su vértigo, miro a la nieta con altivez de quien puede aclarar un enigma.Que solo los que aman saben decir tú”, advirtió alzando la voz tan solo para ser oída a través del ruido del secador de pelo. “Pues valla rollo” contestó la pizpireta nieta abandonando su pelo para pintarse las uñas de los pies porque había prometido asistir a una manifestación de solidaridad con los sordos del Everest.

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